domingo, enero 13, 2013

El fascinante viaje de un 'email'

Hoy lei un articulo en el diario EL TIEMPO  de Colombia, de la escritora y periodista ÁNGELA POSADA-SWAFFORD, un viaje ameno por un tema muy complejo.  Lo transcribo aqui para el disfrute de todos.



El 95% de correos, videos y transacciones en la web no llegan a los usuarios por satélite.

La Internet no está hecha de aire. A pesar de rodearnos y saturarnos como el éter, la podemos palpar, mapear y fotografiar porque tiene venas, nervios y hasta un corazón palpitante. A diferencia de lo que muchos imaginan, el 95 por ciento de nuestros correos electrónicos, videos en YouTube, chats en Facebook, videoconferencias en Skype, transacciones de Amazon y comunicaciones estatales, militares y financieras no nos llega del más allá por un satélite. Todo ese tráfico (más el de la telefonía fija y celular) corre a casi la velocidad de la luz por fibras ópticas, hebras del grosor de un cabello, envueltas en siete capas de materiales protectores, que reptan como serpientes submarinas entre todos los continentes, excepto la Antártica.

Por eso, si vaciamos el agua de los océanos, el lecho marino se vería tapizado con más de un millón de kilómetros de cables negros del tamaño de mangueras de bomberos: las arterias de Internet. Corte algunos de esos cables y la señal se apagará en Madrid, Miami o Medellín.

El viaje de un correo electrónico entre Europa y Norteamérica toma 0,0030 segundos. Otro tanto de allí a Suramérica. Seguirlo en cámara lenta ilustra la anatomía, los desafíos, la alta tecnología y la vulnerabilidad física del sistema mundial de redes de computadores que rige nuestra existencia.

La travesía transatlántica comienza una mañana en Madrid, cuando, sentada en un café Internet de la Plaza Mayor con servicio inalámbrico gratuito, envío a las oficinas de EL TIEMPO, en Bogotá, un corto texto de unos 50 bits: “¿Ya tenemos las fotos para esta nota?”.

Con un clic, el mensaje desaparece de mi pantalla, vuela hacia una antena en la estación base wi-fi y se precipita bajo tierra hasta el nodo de acceso internacional a la red NAP de las Américas-Madrid, en la calle Yécora, 4. Este edificio de 2.000 metros cuadrados, operado por Terremark y la Comunidad Autónoma de Madrid, es la puerta de enlace del sur europeo con las Américas, el Caribe y el norte de África. Y es una de las razones por las cuales Madrid es la undécima capital mundial de conectividad en la red.

Si el mensaje fuera más largo, superior a los 2.000 bits, sería dividido en ‘paquetes’ para hacer su traslado más eficiente. Al llegar a su destino final, los paquetes se volverán a unir para conformar el mensaje completo. Mi correo electrónico entra a una de seis redes troncales de fibra óptica del NAP. Un sistema de comunicaciones de fibra óptica funciona convirtiendo la señal eléctrica producida en el computador en una señal de luz. Dentro de las hebras de vidrio de 1,5 milímetros, la información es empujada por pulsos continuos de rayos láser, alimentados por una corriente de 10.000 voltios. Al llegar a su destino, la señal óptica es convertida nuevamente en una eléctrica, legible a nuestros ojos.

Mi mensaje desde Madrid viaja entonces hasta Conil de la Frontera, en Cádiz. Pocos saben que la tranquila ciudad blanca representa tan importante punto neurálgico en las telecomunicaciones internacionales. La información llega a la estación del poderoso cable submarino Columbus III, construido por Tyco, Alcatel y Maristel y operado por un consorcio internacional que incluye a Telefónica. El cable repta hasta alguna de las playas de Conil y desaparece bajo las olas sin que nadie sospeche de su existencia.

Con suficiente banda ancha

Activo desde el 2000, Columbus III se extiende 10.000 kilómetros bajo el Atlántico (más distancia submarina que cualquier otro sistema de cable transatlántico hasta el momento), para emerger en Hollywood, en el sur de la Florida. El sofisticado cable, de 185 millones de euros, conecta a Estados Unidos, las Azores, Portugal e Italia. Anidados en su centro hay dos pares de fibras ópticas de vidrio (cada par maneja el tráfico en una dirección).

Por cada hebra pasan cinco gigabits de información por segundo, para un total de 20 Gbps, el equivalente a 250.000 llamadas telefónicas simultáneas. Con capacidad de aumentar a 40 Gbps y luego a 160 Gbps, o 1,6 terabits por segundo (un proyecto en curso), Columbus III seguirá teniendo, por ahora, suficiente banda ancha para que millones de personas vean sus videos en línea sin un solo parpadeo. Otros avanzados sistemas de cable, como el Apollo, que conecta a Londres con Nueva York, están trabajando en ofrecer 3,6 terabits por segundo.

La voracidad de los consumidores de banda ancha crece exponencialmente, cortesía de dispositivos como el iPad. La consultora TeleGeography calcula que para el 2015 la demanda internacional habrá crecido 40 por ciento, por lo que necesitará 40 terabits por segundo.

Para acomodarse a lo que viene, los ingenieros dejaron capacidad extra dentro de estas fibras ópticas, una medida similar a planear una carretera en la que se puedan usar los paraderos de emergencia como carriles adicionales. Además, los expertos maximizan el uso de las fibras ópticas enviando la información en forma compacta, es decir, copando la autopista con autobuses llenos, en lugar de autos con un solo ocupante.

Mis 50 bits provenientes de Madrid están ahora sumergidos a pocos kilómetros de Conil. Columbus III está siendo castigado con el duro asalto de la cercanía costera: el oleaje y las mareas frotan el cable contra el fondo. Las rocas conspiran para cercenarlo. Las dunas de arena quieren hacerlo cambiar de dirección. Las anclas de los buques le caen encima. Las redes de los pescadores se enredan en él. Y la fauna marina se empeña en morderlo o colonizarlo. Los tiburones, especialmente, se ven atraídos por el campo electromagnético generado alrededor del cable (en los años 80, AT&T reportó que su primer cable de fibra óptica entre Gran Canaria y Tenerife sufría bajas constantes a causa de los frecuentes ataques del tiburón cocodrilo. Al parecer, los campos eléctricos reproducían los movimientos de su presa).

Afortunadamente, el cable está cubierto de afuera hacia adentro por siete capas. Este blindaje hace que cada metro pese 10 kilos.

A medida que la manguera se sumerge, siguiendo el contorno del lecho marino, las amenazas cambian. En lugar de pescadores hay terremotos y volcanes. En vez de tiburones hay cachalotes, que quizás confunden la manguera con el brazo de un calamar gigante o se enredan por nadar con la boca abierta. Y, quién sabe, quizás uno que otro terrorista. Además, están la frígida temperatura y la presión hidrostática: la interacción entre la electricidad, el agua salada y la presión producen hidrógeno en forma de gas, que ataca las fibras ópticas y otros componentes del sistema.

Cualquiera que sea la razón, los cables submarinos viven sufriendo daños y requieren atención constante. Los 11 enormes buques cableros de Tyco y otras empresas no dan abasto. Localizar, subir a bordo, reparar y recolocar un cable que está a miles de metros de profundidad exigen el uso de un sumergible robot y manos de cirujano para reconectar las casi invisibles fibras ópticas con cinta adhesiva, a veces en mares tormentosos. Y requiere tener cuidado con los 10.000 voltios de electricidad que corren dentro del cable. Pero la mayoría de los sumergibles solo trabaja a 4.000 metros, y la mayor parte del cable no solo está a una profundidad de 7.000 metros, sino que yace enterrado bajo el cieno. Así que los reparadores recurren a un anzuelo gigante montado sobre una cuerda y ayudado por sensores para detectar la manguera.

A pesar de las roturas constantes, los usuarios de Internet en las rutas más transitadas apenas si las sentimos porque el tráfico es desviado instantáneamente a otras ‘autopistas’ paralelas. Pero en partes del mundo donde hay menos cableado, la rotura de un par de líneas importantes puede dejar ‘a oscuras’ a países enteros, como sucedió en el 2006, cuando un terremoto de magnitud 7 arrancó los cables entre Filipinas y Taiwán, que dejó sin conectividad al sureste asiático. Y en el 2008, cuando el Mediterráneo perdió cinco cables al tiempo, la India y Oriente Próximo quedaron semiaislados durante semanas.

En las frías profundidades del Atlántico, mi correo llega a una de las 90 repetidoras colocadas cada 100 kilómetros a lo largo del Columbus III. Cada una es un sofisticado dispositivo alargado que amplifica la señal, debilitada por el viaje, dándole, literalmente, una patada en el trasero.

La ‘fortaleza digital’

Finalmente, Columbus III emerge en la terminal de la calle 215 NE en Hollywood (Florida). Mi email sigue la ruta de menor esfuerzo, a lo largo de la carrilera del tren, hasta el centro de Miami, para entrar en el búnker sin ventanas de Terremark. El edificio, de seis pisos y paredes de concreto reforzado, es uno de los más conectados y cableados del mundo. Capaz de aguantar huracanes categoría 5, con vientos de 250 kilómetros por hora, esta casi inaccesible ‘fortaleza digital’ es uno de los principales bastiones de Internet en EE. UU. Nada menos que el punto de acceso e intercambio del 90 por ciento del tráfico entre ese país, Latinoamérica, el Caribe y el sur europeo.

Si los cables submarinos son las venas y arterias, “podría decirse que este, el NAP de las Américas-Miami, es el corazón de Internet”, dice Xavier González, vicepresidente de comunicaciones corporativas, durante un raro recorrido por secciones del altamente clasificado búnker. Estamos en uno de los meet-point rooms del edificio, un ramillete de cables entre tubos de acero que emergen del suelo para seguir hasta el techo, forrar las paredes y conectarse con los 1.400 clientes corporativos y de gobierno de Terremark. Esos clientes incluyen a Facebook, Nikon, el Departamento de Defensa, USA.gov, VeriSign (que provee infraestructura para transacciones financieras en línea) y la ICANN, la organización que otorga los nombres de los dominios de las websites.

Como ramas de árboles en una selva de alta tecnología, los cables se dividen hasta llegar a los cubículos que todos esos clientes tienen en diferentes pisos del moderno edificio blanco (el tercero es inaccesible: allí están los clientes federales). Cada cubículo es una jaula de metal llena de discos duros con lucecitas que parpadean constantemente y desde los cuales se envía la señal de cada cliente a servidores en el resto del país, que a su vez la despachan a los computadores individuales de los usuarios. A su vez, la información estatal es enviada a otra fortaleza nueva de Terremark, en Virginia, un edificio guardado por fuerzas entrenadas en antiterrorismo.

Mi mensaje inocuo está navegando en alguna parte de este estéril lugar de pisos blancos inmaculados y paredes de brillantes colores, el escenario ideal de una novela futurista. El recorrido culmina en un salón que rivaliza con el centro de control de misiones de la Estación Espacial Internacional, siendo más importante aun que este.

Varios técnicos mantienen los ojos pegados a pantallas con mapas interactivos del estatus del orden mundial. CNN está encendido constantemente y otros monitores muestran los signos vitales del edificio, todos redundantes: aires acondicionados poderosos que mantienen la temperatura a constantes 24 °C; transformadores para garantizar que nunca haya un pico de electricidad, y generadores diésel para asegurar autosuficiencia durante semanas. En un desastre, la ciudad de Miami tiene órdenes de restaurar la electricidad de este lugar al mismo tiempo que la de los hospitales y la policía. El sitio es virtualmente inexpugnable. Tiene que serlo. Si su proveedor de Internet local se cae, es malo. Pero si algo grave sucede aquí, Internet se apagaría a escalas globales, lo que generaría un caos.

No existe un aspecto de la sociedad que no dependa de Internet. Y así, nuestra voracidad crece. Cada minuto subimos 20 horas de video a YouTube. Y cada año colocamos 70.000 kilómetros de cable bajo tierra y mar. Tanto, que hemos cambiado la geometría del mundo: los distritos financieros de Londres, Tokio y Nueva York están más cerca uno del otro de lo que está Bogotá de Cartagena.

Tampoco hay que olvidar los satélites. Aunque la capacidad de los cables submarinos de acarrear información se mide en tera y gigabits por segundo, mientras que la de los satélites es de megabits (al menos por ahora), los satélites llegan a lugares del mundo continental a donde un cable enterrado no puede, como poblaciones en montañas remotas o continentes con poca infraestructura. De ahí que el futuro está en el uso a fondo de ambas tecnologías.

Dentro de la fortaleza digital de Miami, mi trajinado mensaje aún no termina su viaje. Un cable de la red Columbus lo conecta a otro y a otro, y entonces se ve a sí mismo nuevamente bajo el mar, en una carrera desbocada hacia Morant Point, Jamaica, rodeando a Cuba por el este. Afortunadamente, lo embocaron por la ruta expresa CFX, que baja en línea recta desde Jamaica hasta Cartagena, porque existe otra ruta, ‘lechera’, que tiene al menos diez paradas en Centroamérica. Saliendo del mar en la terminal de Cartagena, la señal es redirigida bajo tierra y vive una corta odisea subterránea hasta Bogotá.

Apenas llega el correo al editor dominical de EL TIEMPO, me contesta: “Sí, las fotos están listas. Un abrazo”. Y el viaje alucinante comienza de nuevo, en dirección contraria. Por eso, la próxima vez que su conexión esté lenta, tenga paciencia, pues podría no ser su computador o servidor, sino una burbuja de hidrógeno, un terremoto submarino, un ancla de hierro o, simplemente, un grupo de tiburones con malos modales.

Morse y la fibra óptica

En 1839, la idea de atravesar el Atlántico con un cable submarino era tan atrevida como querer hacerlo hoy hasta Marte. Convencido de su viabilidad, Samuel Morse (inventor del telégrafo y del código Morse) sumergió ese año un cable aislado con fibras de cáñamo y caucho natural de la India, en el puerto de Nueva York, y logró enviar un mensaje de telégrafo. Luego se descubrió que la gutapercha, otra forma de caucho natural asiático, era un aislante más efectivo.

Después de varios intentos fallidos y el uso del buque de vapor más poderoso del mundo, la empresa angloamericana Atlantic Telegraph Company logró ubicar el primer cable transatlántico del mundo, entre Irlanda y Terranova, en 1858.

El primer telegrama oficial en pasar entre los dos continentes por vía submarina fue una carta de felicitaciones de la reina Victoria al presidente estadounidense James Buchanan, el 16 de agosto de ese mismo año. Ese mensaje tenía 99 palabras y tardó 16,6 horas en transmitirse.

La implementación, en 1988, del primer sistema de cable de fibra óptica hizo dar el gran paso: permitió manejar 2.500 llamadas a la vez. Luego llegaron los amplificadores ópticos, que aumentaron la capacidad de un solo cable a 250.000 llamadas simultáneas.

Ángela Posada-Swafford
Especial para EL TIEMPO

viernes, julio 22, 2011

Soy el numero cuatro




Autor:                       Jobie Hughes bajo el seudónimo “Pittacus Lore”
Traductor:               Olga Martin
Nº páginas:              382 pags.
Lengua:                    Español
Encuadernación:   Tapa Suave
Editorial:                  Norma
ISBN:                         978-958-45-3186-5

Epígrafe:
 Llegamos nueve. Nos parecemos a ustedes. Hablamos como ustedes. Vivimos entre ustedes. Pero no somos como ustedes. Hacemos cosas que ustedes sueñan hacer. Tenemos poderes que ustedes sueñan tener. Somos más fuertes y más rápidos. Somos los superhéroes que adoran en las películas. Pero somos reales.

Ahora, corremos, nos escapamos.  Pasamos nuestras vidas en las sombras, en lugares donde nadie se atrevería a buscar, pasamos inadvertidos. Hemos vivido entre ustedes sin que lo sepan. Pero ellos lo saben. Ellos nos encontraron primero y nos empezaron a cazar.

Atraparon al número uno en Malasia. Al número dos en Inglaterra. Al número tres en Kenia. Los mataron a todos. Yo soy el número  cuatro. Soy el próximo.

Lo que pienso: Escrita para la película del mismo nombre, es una historia, contada desde el punto de vista del protagonista.   


Es un Thriller de lo más común, que se nota que fue escrito para ser película, ya que tiende a ser muy grafico en la mayor parte de sus escenas, y que es la típica historia contada por y para estadounidenses, donde el héroe es un chico cualquiera con súperpoderes, que se enamora de la niña linda del colegio, se enfrenta al “duro” del colegio y lógicamente barre el piso con él; y su mejor amigo es el nerd de la escuela.   Mejor dicho, si esperas algo nuevo y diferente,  olvídalo.   

Sin embargo es una historia suave, fácil de leer y pegajosa, a pesar de muchos baches “filosóficos” donde se duerme la línea de la historia, es pasable, como lectura de fin de semana.   

Me gusta del libro, la forma en que plantean las posibilidades de vida en el universo “solo 18 planetas pueden albergar vida”, donde se plantea el hecho de que la vida es algo muy escaso.   
No me gusta como estandarizan a los “malos” los mogadorianos “tipos altos muy blancos casi albinos de ojos rojos que hipnotizan y con dientes afilados como sierras”.

jueves, junio 23, 2011

La Oracion de un Padre

Bueno, como lo prometí, voy a trascribir los 3 que me fascinaron en el libro Desiderata y otros textos inolvidables.

Esta es una oración escrita por un gran hombre,  el general Douglas Mac Arthur, jefe supremo de las fuerzas estadounidenses en el pacifico durante la segunda guerra mundial, un hombre que en esa guerra probo las mieles del triunfo y la amargura de la derrota y que siempre fue un líder.

 La oración de un padre
 
Dame ¡Oh Señor! Un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil y lo bastante valeroso para enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo; un hijo que sea orgulloso e inflexible en la derrota honrada y humilde y magnánimo en la victoria. 

Dame un hijo que nunca doble la espalda cuando deba erguir el pecho; un hijo que sepa conocerte a ti... y conocerse a sí mismo, que es la piedra fundamental de todo conocimiento. 

Condúcelo te lo ruego, no por el camino cómodo y fácil, sino por el camino áspero, aguijoneado por las dificultades y los riesgos. Allí déjalo aprender a sostenerse firme en la tempestad y a sentir compasión por los que fallan.


Dame un hijo cuyo corazón sea claro, cuyos ideales sean altos, un hijo que se domine a sí mismo antes de pretender dominar a los demás, un hijo que aprenda a reir pero que también sepa llorar, un hijo que avance hacia el futuro, pero que nunca olvide el pasado. 

… Y después que le hayas dado todo esto, agregale, te lo suplico, suficiente sentido de buen humor, de modo que puede ser siempre serio, pero que no se tome a sí mismo demasiado en serio.

Dale humildad para que pueda recordar siempre la sencillez de la verdadera sabiduría, la imparcialidad de la verdadera sabiduría, la mansedumbre de la verdadera fuerza. 

Entonces yo, su padre, me atreveré a murmurar: “¡No he vivido en vano!”

Desiderata


Bueno, como lo prometí, voy a trascribir los 3 que me fascinaron en el libro Desiderata y otros textos inolvidables.

A continuación desiderata, pero la verdad no es la versión del libro, sino  otra que tenía en un afichito y que siempre me ha encantado.  Es la traduccion de la que creo es la version original.

DESIDERATA

Camina plácidamente entre el ruido y las prisas,
y recuerda que la paz puede encontrarse en el silencio.
Mantén buenas relaciones con todos en tanto te sea posible, pero sin transigir.
Di tu verdad tranquila y claramente;
Y escucha a los demás,
incluso al torpe y al ignorante.
Ellos también tienen su historia.
Evita las personas ruidosas y agresivas,
pues son malas para el espíritu.
Si te comparas con los demás,
puedes volverte vanidoso y amargado
porque siempre habrá personas más grandes o más pequeñas que tú.
Disfruta de tus logros, así como de tus planes.
Interésate en tu propia carrera,
por muy humilde que sea;
es un verdadero tesoro en las cambiantes vicisitudes del tiempo.
Sé cauto en tus negocios,
porque el mundo está lleno de engaños.
Pero no por esto te ciegues a la virtud que puedas encontrar;
mucha gente lucha por altos ideales
y en todas partes la vida está llena de heroísmo.
Sé tu mismo.
Especialmente no finjas afectos.
Tampoco seas cínico respecto al amor,
porque frente a toda aridez y desencanto,
el amor es tan perenne como la hierba.
Acepta con cariño el consejo de los años,
renunciando con elegancia a las cosas de juventud.
Nutre la fuerza de tu espíritu para que te proteja en la inesperada desgracia,
pero no te angusties con fantasías.
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
Más allá de una sana disciplina,
sé amable contigo mismo.
Eres una criatura del universo,
al igual que los árboles y las estrellas;
tienes derecho a estar aquí.
Y, te resulte o no evidente,
sin duda el universo se desenvuelve como debe.
Por lo tanto, mantente en paz con Dios,
de cualquier modo que Le concibas,
y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones,
mantente en paz con tu alma
en la ruidosa confusión de la vida.
Aún con todas sus farsas, cargas y sueños rotos,
éste sigue siendo un hermoso mundo.
Ten cuidado y esfuérzate en ser feliz”.

Carta a Garcia

Bueno, como lo prometí, voy a trascribir los 3 que me fascinaron en el libro Desiderata y otros textos inolvidables.

UNA CARTA A GARCIA, Elbert Hubbard, 1899


Apología
El pasatiempo literario que va a leer usted, amigo, -Una carta a García-; fue escrito de sobremesa, una tarde, en el corto término de una hora. Pasó esto el 22 de febrero de 1899, aniversario del natalicio de George Washington, y en marzo del mismo año, ya se había publicado en la revista “Philistine”. Fue algo que brotó caliente de mi corazón, y lo escribí tras un día gastado en la pesada faena de excitar a infelices sumidos en los limbos de una inacción criminal a que se tornasen hombres auténticos, radiactivos.
Pero la verdadera idea creadora brotó de labios de mi hijo Bert, cuando en el curso de la conversación entre taza y taza de té, surgió que el héroe verdadero de la guerra de independencia de Cuba había sido Rowan. Sí, dijo mi hijo, porque Rowan fue quien en la hora oportuna, culminante, llevó a cabo el hecho único necesario: llevar el mensaje a García.
La frase me hirió como rayo. Sí exclamé, el muchacho tiene razón: el héroe es siempre aquel que cumple su misión, el que lleva la carta a García. Corrí a mi escritorio y de un tirón, de uno a otro cabo, escribí “Una carta a García”.

Tan poco caso hice de mi escrito, que fue publicado en la revista, sin encabezamiento siquiera.
La edición salió y empezaron a llover pedidos por docena, por cincuenta, por cien ejemplares, de la revista, y cuando THE AMERICAN NEW CO., pidió mil ejemplares, pregunté lleno de asombro a uno de mis ayudantes qué era lo que ese número de la revista levantaba tal polvareda; con asombro oí la respuesta:
Al día siguiente recibí un telegrama de Gerge H. Daniels, del New York Central Railoard, quien decía: Deme el precio de cien mil ejemplares del artículo de Rowan, en forma de folleto, con un aviso en la portada sobre el Empire State Express, y diga cómo puede hacer la entrega.
Contesté dando el precio y avisando que la entrega se la podía hacer en dos años. Disponíamos de tan pocos elementos, que eso de imprimir cien mil ejemplares, nos parecía una empresa temeraria.
El resultado fue que di permiso a Mr. Daniels para reimprimir el artículo por su cuenta. Hízolo en ediciones de a medio millón de folletos. Dos o tres lotes de a quinientos mil ejemplares fueron puestos en circulación y además fue reproducido por cerca de doscientas revistas y periódicos y traducido a todas las lenguas vivas.
En los tiempos en que Mr. Daniels distribuía La Carta a García vino a Estados Unidos el Príncipe Kilakoff, director de los ferrocarriles rusos. Y como dicho príncipe fuese huésped del New York Central, y saliera a una gira por todo el país bajo la dirección personal de Mr. Daniels, conoció el folleto y se interesó por él más, quizá por ser Mr. Daniels quien lo repartía y por la gran cantidad que vio circular, de mano en mano, que por cualquier otra causa.
Lo cierto del caso fue que de vuelta a su país lo hizo traducir al ruso, repartir sendos ejemplares a los empleados de todos los ferrocarriles del imperio. De Rusia pasó a Alemania, a Francia, a España, a Turquía, al Indostán, a la China
Durante la guerra rusa japonesa, cada soldado ruso que iba al frente llevaba un ejemplar de La Carta a García. Al encontrar los japoneses el folleto en poder de todos y cada uno de los prisioneros de guerra, concluyeron que debía ser algo excelente y lo vertieron a su idioma. Por orden de Mikado fue repartido a cada uno de los empleados del gobierno, militares o civiles.
Alrededor de cuarenta millones de ejemplares de La Carta a García han sido impresos, siendo esta la mayor circulación que una obra, en vida de su autor haya logrado en tiempo alguno de la historia, gracias a qué serie de afortunados incidentes.

Una Carta a García
Hubo un hombre cuya actuación en la guerra de Cuba, culmina en los horizontes de mi memoria, como culmina su astro en su perihelio.
Sucedió que cuando hubo estallado la guerra entre España y los Estados Unidos, palpose claro la necesidad de un entendimiento inmediato entre el Presidente de la Unión Americana y el General Calixto García. Pero cómo hacerlo? Hallábase García en esos momentos Dios sabe donde en alguna serranía perdida en el interior de la isla. Y era precisa su colaboración. Pero cómo hacer llegar a sus manos un despacho?
¿Qué hacer?
Alguien dice al Presidente: Conozco a un hombre llamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García, es él: Rowan.
Cómo el sujeto que lleva por nombre Rowan toma la carta, guárdala en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas al otro extremo de la isla cruzando un territorio hostil, y entrega la carta a García, son cosas de las cuales no tengo especial interés en narrar aquí. El punto sobre el cual quiero llamar la atención es este:
“Mckinley da a Rowan una carta para que le lleve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: ¿en dónde podré encontrarlo?
¡Por Dios vivo!, que hay aquí un hombre cuya estatua debería ser vaciada en bronces eternos y colocada en cada uno d los colegios del universo. Porque lo que de enseñarse a los jóvenes no es esto o lo de más allá; sino vigorizar, templar su ser íntegro para el deber, enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus energías a hacer las cosas, “a llevar la carta a García”.
El General García ya no existe. Pero hay muchos García en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido todo hombre de empresa, que necesita de la colaboración de muchos, que no se haya quedado alguna vez estupefacto ante la inercia del común de los hombres, ante su abulia, ante su falta de energía para llevar a término la ejecución de un acto. Descuido culpable, trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parecen ser la regla general. Y sin embargo no se puede tener éxito, si no se logra por uno u otro medio tener la colaboración completa de los subalternos, a menos que Dios en su bondad, obre un milagro y envíe un ángel iluminador como ayudante.
El lector puede poder a prueba mis palabras: llame a uno de los muchos empleados que trabajan a sus órdenes y dígale: “Consulte usted la Enciclopedia y hágame el favor de sacar un extracto de la vida de Correggio”. Cree usted que su ayudante le dirá: “si señor”, y pondrá manos a la obra?
Pues no lo crea. La lanzará una mirada vaga y le hará una o varias de las siguientes preguntas:
¿Quién era él?. ¿En qué enciclopedia busco eso?. ¿Está usted seguro que esto está entre mis deberes?. ¿No será la vida de Bismark la que usted necesita?. ¿Por qué no ponemos a Carlos a que busque eso?. ¿Necesita usted de ello con urgencia?. ¿Quiere que la traiga el libro para que usted mismo busque lo que necesita?. Diga: ¿para qué quiere saber eso?
Y apuesto diez contra uno a que después de que usted haya respondido íntegramente el anterior cuestionario y haya explicado el modo de verificar la información y para qué la necesita usted, el prodigioso ayudante se retirará y buscará otro empleado para que le ayude a buscar a “García”, y regresará luego a informarle que tal hombre no existió en el mundo.
Puede suceder que yo pierda mi apuesta, pero si la ley de los promedios es cierta, no la perderé. Y si usted es un hombre cuerdo no se tomará el trabajo de explicarle a su ayudante que Correggio se busca en la C. y no en la K: se sonreirá usted y suavemente le dirá: “dejemos eso”, y buscará usted personalmente lo que necesita averiguar.
Y esta incapacidad para la acción independiente, esta estupidez moral, esta atrofia de la voluntad, esta mala gana para remover por sí mismo los obstáculos, es lo que retarda el bienestar colectivo de la sociedad. Y si los hombres no obran para su provecho personal, que harán cuando el beneficio de su esfuerzo sea para todos?
Se palpa la necesidad de un capataz armado de garrote. El temor de ser despedidos el sábado por la tarde, es lo único que retiene a muchos trabajadores en su puesto. Ponga un aviso solicitando un secretario, y de cada diez aspirantes, nueve no saben ni ortografía ni puntuación. Podrían tales gentes llevar la carta a García?
En cierta ocasión me decía el jefe de una gran fábrica: ve usted a ese contador que está allí?
Lo veo, y qué?
Es un gran contabilista; pero si lo envío a la parte alta de la ciudad con cualquier objeto, puede que desempeñe la misión correctamente; pero puede ser también que en su viaje se detenga en cuatro cantinas y al llegar a la calle principal de la ciudad haya olvidado absolutamente a qué iba. Podría confiársele a un tipo semejante la carta para García?
En los últimos tiempos es frecuente oír hablar con simpatía del pobre trabajador víctima de la explotación industrial, del hombre honrado, sin trabajo, que por todas partes busca inútilmente en qué emplearse. Y a todo esto se mezclan palabras duras contra los que están arriba, y nada se dice del jefe de industria que envejece prematuramente luchando en vano por enseñar a ejecutar a otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa; ni de su larga y paciente lucha con colaboradores que no colaboran y que sólo esperan verlo volver la espalda para malgastar tiempo. En todo almacén, en toda fábrica, hay una continua revocación de empleados. El jefe despide a cada instante a individuos incapaces de impulsar su industria, y llaman a otros a ocupar sus puestos. Y esta escogencia cesa en tiempo alguna ni en los buenos ni en los malos. Con la sola diferencia que cuando hay escasez de trabajo la selección se hace mejor, pero en todo tiempo y siempre la incapaz es despedido; “La Ley de la supervivencia de los mejores se impone”. Por interés propio todo patrono conserva a su servicio los más hábiles: aquellos capaces de llevar la carta a García. Conozco a un hombre de facultades verdaderamente brillantes, pero inhábil para manejar sus propios negocios, y absolutamente inútil para gestionar los ajenos, por que lleva siempre consigo la insana sospecha de que sus superiores lo oprime o tratan de oprimirlo. Ni sabe dar órdenes ni sabe recibirlas. Si se enviara con él la carta a García, contestaría muy probablemente: “Llévela usted”. Hoy este hombre vaga en las calles en busca de oficio, mientras el viento silva al pasar por entre las hilachas de su vestido. Nadie que lo conozca se atreve a emplearlo por ser él un sembrador de discordias. No le entra la razón sólo sería sensible al taconazo de una bota número 45 de doble suela.
Comprendo que un hombre tan deformado moralmente merece tanta compasión como si no fuera físicamente; pero al compadecerlo recordemos también a aquellos hombres que luchan por sacar triunfante una empresa, sin que sus horas de trabajo estén limitadas por el pito de la fábrica, y cuyo cabello se torna prematuramente blanco en la lucha tenaz por conservar su puesto a individuos de indiferencia glacial, necios e ingratos que le deben a él el pan que se comen y hogar que los abriga.
Habré exagerado demasiado? Puede ser, pero cuando todo el mundo habla de los trabajadores, así sin distinción ninguna; quiero tener una frase de simpatía para el hombre que logra éxito; para aquel que luchando contra todos los obstáculos, dirige los esfuerzos de los otros, y cuando ha triunfado, sólo tiene por recompensa -si acaso- pan y abrigo. Yo también he trabajado a jornal y me he hecho la comida con mis propias manos; he sido patrono y puedo juzgar por experiencia propia y sé que hay mucho que decir de parte y parte. La pobreza no da excelencia por sí sola; los harapos no son recomendación; no todos los patronos son duros y rapaces, ni todos los pobres son virtuosos.
Mi corazón está con aquellos obreros que trabajan lo mismo cuando el capataz está presente que cuando está ausente. Y el hombre que se hace cargo de una carta para García y la lleva tranquilamente sin hacer preguntas absurdas, y sin la intención perversa de arrojarla en la primera alcantarilla que se encuentre al paso, y sin otro objetivo que conducirla a su destino; a este hombre jamás se le despedirá de su trabajo, ni tendrá jamás que entrar en huelga para obtener un aumento de salario. La civilización es una lucha prolongada en busca de tales individuos. Todo lo que un hombre de esta clase pida lo tendrá; lo necesitan en todas partes, en las ciudades, en los pueblos, en las fábricas; en los almacenes. El mundo los pide a gritos, el mundo está esperando siempre ansioso el advenimiento de hombres capaces de llevar la carta a García.
El mundo confiere sus mejores premios tanto en honores como en dinero a una sola cosa: a la iniciativa.
¿Qué es la iniciativa?
Puedo definirla en pocas palabras: hacer, lo que se debe hacer, bien hecho, sin que lo mande.
A quién hace una cosa sin que nadie se lo ordene, sigue aquel que la hace bien cuando se le ha ordenado una sola vez, es decir; aquellos que saben llevar la carta a García. Estos reciben altos honores, pero su pago no guarda la misma proporción.
Vienen luego aquellos que obran sólo cuando se les ha dado la orden por dos veces; no reciben honores y sólo tienen un pago pequeño.
Se encuentran después los que hacen una cosa bien hecha, pero sólo cuando la necesidad los aguijonea; en vez de honores reciben la indiferencia y se les paga con una miseria. Estos tales emplean la mayor parte de su tiempo refiriendo historias de su mala suerte.
Todavía en una escala inferior están aquellos que no hacen nada bien hecho, aún cuando algún compañero se lo enseñe a hacer y permanezca a su lado para cerciorarse de que lo hacen; estos pierden constantemente sus puestos y reciben como pago el desprecio que se merecen a menos que por suerte tengan un padre rico, y en este caso el destino los acecha en su camino hasta descargarle un recio golpe.
¿A qué clase pertenece usted?
El Director General o Jefe de la Policía de Buenos Aires ha querido dar, según leemos en la prensa de aquella gran metrópoli, una lección educativa a sus subordinados para establecer las condiciones que a su juicio, constituyen el verdadero mérito para lograr un ascenso. Sobre los años de servicio pone las aptitudes; doctrina esta que se ha popularizado por medio del siguiente apotegma: “Aptitud suple antig¸edad”
A fin de establecer lo que se entiende por aptitudes lo que se entiende por aptitudes superiores, el Jefe de la Policía bonaerense ha escrito un diálogo a la manera platónica; lo ha hecho escribir en grandes carteles murales y lo ha mandado fijar en todos los cuarteles de su mando. He aquí un diálogo:
La escena ocurre en una de nuestras grandes casas comerciales. Un empleado pide autorización para presentar una queja al director general.
- ¿Qué hay?
- Señor director, ayer fue nombrado X para ocupar la vacante de Z, y X es 16 años más joven que yo.
El director lo interrumpe: quiere usted averiguar la causa de ese ruido?
El empleado sale a la calle y regresa diciendo:
- Son unos carros
- ¿Qué llevan?
Después de una nueva salida el empleado llega diciendo: unas bolsas.
- ¿Qué contienen las bolsas?
El empleado hace otra viaje a la calle y vuelve diciendo No sé lo que tienen.
- ¿A dónde van?
Cuarta salida y responde: van hacia el este.
El director llama al joven X y le dice:
- ¿Quiero averiguar la causa de ese ruido?
El empleado X sale y regresa cinco minutos después manifestando:
Son cuatro carros cargados con bolsas de azúcar forman parte de las quince toneladas que la Casa A remite a Mendoza. Esta mañana pasaron los mismos carros con igual carga, se dirigen a la estación.
El director, dirigiéndose al empleado antiguo:
¿Ha comprendido usted?